En mi caso peregrino con escasa regularidad hasta un alejado paraje situado en la falda de la Sierra de la Plata en el término municipal de Tarifa, cuyas coordenadas doy en el encabezado.
Hace más de 80 años que mi bisabuelo se instaló en el terreno en el que hizo crecer a la família Quero, un lugar lleno de recuerdos de infancia jugando con mis primos por el huerto, persiguiendo pollos y gallinas y llorando cada vez que alguna avispa cabreada se cruzaba en mi camino.
Ya en la adolescencia tuve la suerte de que en un extraño alarde de generosidad mi madre me compró una mountain bike en el Carrefour de Algeciras. Obviamente el trasto era un petardo de mucho cuidado, y aunque me hacía algunas salidas por la zona durante las vacaciones, las habituales averías del cacharro no permitían demasiadas alegrías. Siempre me quedó cómo asignatura pendiente llevarme mi bici (la buena) y marcarme alguna salida decente.
Cómo este año tocaba peregrinación (por alguna extraña y atávica costumbre, continúo haciendo el infinito viaje de 12 horas en coche, y además, lo reconozco, disfruto el trayecto...) y aunque no me llevé la bici, pude averiguar que en Tarifa alquilaban Cannondales, así que decidí que al menos por una vez podría hacer una ruta minimamente presentable.
Tras contactar con AOS Tarifa y asegurarme de que tendrían bicis disponibles, finalmente el 30 de agosto alquilé el cacharro de marras. La Cannondale Trail 4, sinceramente no es que me dejara unas grandes sensaciones, entre la rigidez del cuadro, las ruedas de 26" (queremos 29"!?) y una horquilla bastante maltrecha, la ruta se hizo abrupta y rebotona. Hay que reconocer además que uno tiene también el morro bastante más fino que hace 15 años, en aquel entonces esta bici me habría parecido un pepino descomunal.
La ruta era simple aunque se preveía que bastante empinada: Hacer el camino que recorre Sierra Plata por todo lo alto. Llegué en coche hasta la urbanización Atlanterra (popularmente conocida por "Los Alemanes") y a partir de aquí comenzar a subir, ya las calles de la urbanización (con un firme en un estado lamentable) se mantienen en pendientes superiores al 10%, tras bajarme de la bici para atravesar la cancela dónde acaba la urbanización, se iniciaba el camino de tierra que inicialmente también debía rondar el 10%. Afortunadamente esos días había vientos de poniente, que por las mañanas arrastran la humedad del mar sobre la montaña formandose nubes durante las primeras horas del día. Así pues la lenta ascensión se hizo bastante soportable gracias al frescor mañanero.
Tras unos 6 ó 7 kilómetros de subida alcancé la antigua base militar ya abandonada, aunque todavía quedan las pistas y plataformas construidas para estacionar las lanzaderas de misiles antiaéreos, supongo que el tito Paco temía que al enemigo moro le diese un día por saltar el estrecho...
A partir de aquí mis planes se truncaron, aunque llevaba el gps, los caminos marcados no eran muy fiables, y finalmente no pude encontrar el sendero que me tenía que llevar hasta la Silla del Papa, el punto más alto de la sierra. Finalmente a través de una pista llegué hasta un punto intermedio de la sierra en el que hace no demasiados años los militares instalaron un nuevo radar. Finalmente viendo la hora y la escasa velocidad media decidí deshacer el camino y volver hasta Atlanterra completando unos 18 kilómetros en unas 2,5 horas (paradas incluidas), en el descenso hice una parada en la cabreriza del Cortijo el Moro, un lugar que también tiene historia familiar, ya que en este apartado lugar en lo alto de la sierra nacieron mi abuelo y sus hermanos, ya que mi bisabuelo antes de adquirir su propia casa estuvo empleado cómo cabrero del cortijo.
En fin, una ruta incompleta, y me quedo con la sensación de que la asignatura sigue pendiente y finalmente algún año tendré que llevar mi bici...
Volando bajo para evitar ser detectado ;-P
Descenso vertiginoso con Zahara de los Atunes al fondo.
La cabreriza, el lugar en el que nació mi abuelo y en el que hasta no hace muchos años vivía el cabrero del cortijo.
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